Breve confesión número dos

Estoy cansado. No me interesa casi nada y por más que intento no veo un futuro probable en el que el cansancio deje de ser la constante maniática que me acompaña. Siempre he estado cansado. O quizás no siempre pero así me lo parece.

Lo curioso de estar siempre cansado es que siempre termino pensando en la muerte. Considerándola. Hablo de la propia, claro. Creo que sería interesante poderla ver cara a cara y sonreirle. Supongo que sería interesante. Pero no lo sé. Quizás el cansancio también me produce alucinaciones de este tipo.

Estar cansado es además muy triste. Primero porque mis papás darían la vida porque yo tuviera el mismo vigor conceptual que ellos. Que pudiera disolver con el mismo ahínco que ellos esas fisuras irreconciliables que la pobreza le termina dejando a uno. Pero no se puede. Ellos ya saben que no se puede. Los padres son los primeros en saber ese tipo de cosas de sus hijos. Aunque no lo entiendan del todo porque su universo semántico sea considerablemente más limitado que el mío, que la generación que les sigue, las que le seguimos.

El cansancio perpetuo es un preámbulo incuestionable de la depresión. La depresión es híbrido maravilloso entre la inacción de la muerte y las posibilidades de la vida. La depresión es un híbrido mortífero que a veces se puede convertir en algo bello. Pero nunca se ha sabido exactamente la ecuación que lo permita.

Pero que no se confunda quien lea esto. Esta confesión no aspira en ningún momento a ser triste. En ningún sentido. El cansancio también involucra a la triste. La tristeza suele ser bella pero también me hastía después de un tiempo. El cansancio lo cubre todo y no deja nada suelto. Es como un filtro que lo hace ver a uno distinto el tono de lo que pasa allá afuera. Hoy por ejemplo es un jueves gris de mediados de abril. Amaneció obscuro y hace un poco de frío, pero solo un poco. Y yo me siento bien. Pensando en lo lindo que sería que todo el día, todos los días, tuviesen este color y este aroma triste. No porque me guste estar triste, ya aclaré que también eso me cansa. No porque me guste necesariamente cómo se ven las cosas a través de la ventana. No, es simplemente porque sea convencionalizado la idea de que los días grises son días tristes. Y la gente a mi alrededor lo asume.

Sí, yo sé que esto puede resultar una idea demasiado triste, demasiado cursi si se quiere. Pero es cierta: cuando el día es gris puedo sacar a pasear mi cansancio a cualquier lado. Llevarlo conmigo a mis clases y nadie va a cuestionar nada porque todos lo van a ver tan claro como su corta mente se los permita: está triste porque el día es gris. Porque los días grises son tristes. Tiene razón. Yo también voy a estar triste. Se comienza a fingir cansancio y más de alguno probablemente lo sienta de verdad. Y así mi eterno cansancio habrá paseado sin premura en las narices de todos sin que se enteraran de nada. Despertando quizás gestos de simpatía. Probablemente habrán otros cansados crónicos que van a reconocer mi farsa y se van a reír quedito, para ellos. Quizás algunos de ellos se den cuenta de mi plan y decidan implementarlo también.

Quizás estoy yendo demasiado lejos con todo esto. Eso también me lo he cuestionado. Mucho, siempre, todo el tiempo. Siempre he cuestionado mi cansancio y explorado sus consecuencias. Siempre he terminado por soñar que me convierto en un vago con todas las credenciales y me voy a vivir el mundo como se debe de vivir: desde abajo, desde las calles. Un día simplemente desaparecer. Dejar una nota amplia, explicándoles a todos por qué tomé esa decisión. Necesidad apremiante de quitarme el cansancio en las duras calles de esta ciudad.

Pero, otra vez, el cansancio impide todo. Quizás a veces incluso me salve. No lo sé, todavía no me consta. Pero es una posibilidad. Yo lo sé. Todos lo sabemos.

2 comentarios sobre “Breve confesión número dos

Replica a Ricardo Corea Cancelar la respuesta